Estamos en unos tiempos calientes, por no decir candentes, con la guerra de consolas en plena ebullición.

A diferencia de algunos jugadores asépticos, que presumen de tener todos los sistemas (e imagino que todo el tiempo del mundo) o de no entrar al trapo, a mí esta llamada guerra siempre me ha parecido entretenida y legítima.

No deja de ser discutir y apasionarse por nimiedades, y sinceramente prefiero encontrarme a un fanático de una marca que a un fanático de, por ejemplo, un partido político, mientras tu país va cuesta abajo y sin frenos.

Dicho lo cual, el año pasado, entre dimes y diretes, hubo dos juegos que salieron bastante cerca en el tiempo, uno para PlayStation 5 y otro para Xbox Series. Hablamos de Final Fantasy XVI y Starfield respectivamente.

Starfield

Lo irónico del asunto es que, entre el fuego cruzado de ambas trincheras consoleras, la crítica no terminó de encumbrar a ninguno de los dos al olimpo de los videojuegos.

Final Fantasy XVI prometía un huevo, y varias previews ya se habían referido a él como algo revolucionario dentro de la franquicia, con un gran potencial.

¿Qué decir de Starfield? Estaba llamado a ser si cabe más rompedor, un juego de referencia, me atrevería a decir que incluso un antes y después.

Ninguno alcanzó el hype.

Sobre el primero quiero detenerme, ya que lo he terminado recientemente, habiendo retrasado mi aventura con Clive mientras esperaba en vano un parche para que el modo rendimiento fuera estable.

Pero eso es lo de menos. Activando el interpolador de la tele y jugando en modo calidad como habían recomendado varios análisis, al poco tiempo me olvidé del bajo frame rate.

El problema de Final Fantasy XVI es muy distinto: ni es un juego de la saga como tal, sino que debería ser un spin off, ni es siquiera divertido. Con pocos títulos me he quedado tan sobado, cómodamente acurrucado en mi butaca mientras escuchaba la musiquilla de fondo.

¿Las valoraciones del juego en general? En mi modesta opinión demasiado altas y marcadas por las expectativas, aunque ya se sabe que para gustos los colores. Al fin y al cabo esto no deja de ser un artículo de opinión.

El caso es que, seamos sinceros caramba: tenemos un supuesto Final Fantasy que en realidad es un juego de acción pura y dura, pero con un modo a 60fps roto, y con nulos elementos roleros hasta el punto de que no hay siquiera afinidades elementales. ¿Perdone?

Demos un poco de sentido a estas impresiones

Ya en mi análisis de Star Ocean: The Divine Force puse en el punto de mira los llamados JRPG, que me parecían completamente anquilosados.

No voy a repetir aquí cuanto dije, pero en general diera la sensación de que la cultura asiática es muy tradicionalista, y a sus artistas y creativos les cuesta más cambiar los conceptos de un género ya asentado. No en vano el productor de Final Fantasy XVI criticaba el término “JRPG” desde un complejo que, en mi opinión, escondía esa incapacidad para actualizarse.

Con matices, por supuesto: pensemos si no en genios como Hideo Kojima o Hidetaka Miyazaki, que directamente crean géneros y abren caminos. Por lo tanto, nunca se puede generalizar.

Pero, indudablemente, entre los desarrollos asiáticos planea esa fidelidad a los cánones, muchos asentados por ellos mismos y revolucionarios en su momento. Con juegos como Street Fighter la cosa funciona, porque no hay más que remozar el apartado gráfico e introducir las novedades justas. Pero en el campo del rol, tras experiencias como Fallout o The Elder Scrolls, las costuras de una fórmula agotada se notan por todas partes.

Final Fantasy XVI no se libra de esta tendencia, es más, se nota que intenta maquillarla dando palos de ciego, innovando donde no debe y persistiendo en los errores habituales de los JRPG. Básicamente:

Cinemáticas de cuando reinó Carolo

No, no me refiero evidentemente a las secuencias propias de la historia, correctas sin más, sino a esas donde los personajes hablan antes y después de las misiones secundarias, o incluso en varias principales.

Cuando los muñecos eran un amasijo de píxeles y las conversaciones letras en un bocadillo, esto pasaba sencillamente desapercibido y quedaba a discreción de tu imaginación.

En el momento en que hemos visto juegos con las animaciones, tanto faciales como corporales, de Uncharted 4 o Red Dead Redemption 2, entre muchos otros, no puedes poner a dos personajes con gráficos actuales, pero que parecen más espantajos que personas, ahí clavados uno frente al otro como tentetiesos. ¡Se ve tan antiguo!

Por cierto pasaba algo parecido en Forspoken, como ya dije en mi análisis.

Misiones secundarias para PEGI 3

No las metas, sin más, y si el juego dura la mitad, mala suerte. Pero no te inventes, en medio de una supuesta epopeya, misiones secundarias ridículas, consistentes en hacer de recadero sin el menor interés.

Empecé completando varias de ellas, así como haciendo frente a algunas de las escorias que se muestran en el tablón de anuncios, hasta que se me hizo tan aburrido que terminé por ignorarlas completamente.

Fuegos artificiales más que combate

Es indudable que algunas de las batallas en Final Fantasy XVI, cuando forman parte de la trama principal, alcanzan cotas muy altas de epicidad. Tampoco vamos a poner en duda lo bueno que tiene el juego.

El resto de combates son extremadamente repetitivos, consistentes en liarse a espadazos o, si el enemigo tiene barra de aturdimiento, bajársela para luego desatar los ataques especiales más dañinos, y vuelta a empezar.

Entre medias un exceso de luces, destellos, haces y flipadas varias que no terminan de configurar un sistema de combate elaborado, sino más bien un batiburrillo.

El nivel de dificultad no es muy alto, y en definitiva no vamos a encontrar a ningún enemigo que requiera unas mecánicas muy diferentes de las ya mencionadas, aunque según tengo entendido en una segunda vuelta Final Fantasy XVI se vuelve más exigente.

Pero... ¿segunda vuelta? ¿Para qué exactamente?

Historia que se pierde por el camino

La historia, que empieza con un golpe de efecto indudablemente prometedor, es incapaz de mantener la consistencia, deshilachándose en una suerte de trama genérica llena de situaciones estereotipadas e insustanciales a partes iguales.

¿Puede deberse a una cuestión cultural? Tal vez, pero me creo tan poco a la mayoría de personajes... ¡Parecen tan poco humanos, tan prefabricados!

Es como si no sintieran ni padecieran, salvo en las partes donde por guion deben derramar algunas lágrimas, buscando en vano una conexión con el jugador que yo no he sentido. El resto del tiempo: muñecos, bien hechos, eso sí.

¿Y qué decir del final? No haré spoilers, pero ostras apenas me ha conmovido, hablando nada menos que de un Final Fantasy.

Sobre la aportación de las misiones secundarias al argumento, ésta es prácticamente nula, hasta el punto de acabar pulsando el botón X para que pasen las conversaciones y simplemente te digan dónde tienes que ir...

Juego de todo, menos rol

De los turnos pasamos a sistemas de combate más elaborados, que mezclaban acción y elementos roleros. Pero al menos un servidor nunca pensó que un juego de la saga Final Fantasy fuera a destaparse como una especie de Devil May Cry.

Aquí no hay combate por turnos, por supuesto, pero tampoco afinidades elementales ni estados alterados. Ver que un Molbol te lanza el vapor ese tóxico y sólo te hace daño desconcierta, igual que matar a un Bom a base de fuego.

Esto, que podría añadir una interesante capa de jugabilidad, enfatiza lo que decía anteriormente de que basta con liarse a espadazos y tener algo de tino a la hora de esquivar, monstruo tras monstruo, combate tras combate.

Rendimiento de la pasada generación

Llegamos al punto del apartado técnico, que pese a lucir muy bien vuelve a pecar de esa concepción anticuada, casi inocente, cascándote un frame rate a 30fps, y metiendo deprisa y corriendo un modo rendimiento que no aguanta el tipo.

Esto sucede en un juego de acción pura y dura, que manda narices, sobre todo porque el equipo desarrollador decidió construir un motor desde cero, prescindiendo del eficiente Luminous Engine.

El famoso mundo abierto por narices

Mundo abierto que encima no es tal, sino una suerte de mapeados interconectados donde esencialmente no hay absolutamente nada que hacer, salvo ir de un punto a otro. Ni siquiera farmear. ¿Por qué hacen esto?

Ya lo he dicho alguna vez: caramba, si no sabes o no quieres meter grandes extensiones de terreno, ¡no lo hagas! Mira Persona 5, que no deja de ser un JRPG pero precisamente sin complejos, manteniéndose completamente fiel a los cánones y explotando sus virtudes.

Me apena que con Final Fantasy XIII Square Enix quisiera retomar la fórmula de los entornos acotados y a la vez recibiera tan malas críticas, porque visto con perspectiva es uno de los mejores desde la décima entrega.

Recapitulando...

Volviendo al inicio de este artículo y la guerra de consolas, resulta que los partidarios de Xbox tenían razón. Sin saberlo, por supuesto, pero la tenían.

Final Fantasy XVI es un juego con unos altos valores de producción, que sin embargo están al servicio de una fórmula agotada, a la que incluso se le ven aún más las costuras precisamente cuando los personajes y entornos lucen tan bien, pero las dinámicas están tan desfasadas, toda vez que se intentan renovar con un enfoque equivocado que desvirtúa la esencia de la saga.

Para mí un juego fundamentalmente aburrido, que llegado a un punto sólo quería terminar cuanto antes, y cuyo final como ya he dicho me dejó frío y extrañado a partes iguales. Tanto como para pensar en escribir este artículo, con eso lo digo todo.

Me quedo con Clive y Cid, que son buenos personaje, con la épica de algunos combates, con la abundante información sobre Valisthea, con los excelentes gráficos y con un cierto potencial que se atisba si el juego se centrara en ofrecer una historia algo más ambiciosa y mejor hilvanada.

Quisiera concluir aclarando, sobre todo a la luz del título de este artículo, que me encantó Final Fantasy VII Remake, que espero como agua de mayo Rebirth, y que ojalá las entregas numeradas de la saga recuperen la gloria de antaño, cuando cada Final Fantasy era todo un acontecimiento.