Una vez más queremos ofreceros un relato sobre un juego que nos ha marcado como jugadores, para aportar así una pizca de luz en el recuerdo de un título que nos hizo sentir, que nos hizo comprobar, una vez más, que el videojuego va más allá del entretenimiento. Y sin duda RiME cumple con creces con esta premisa.

Después de ofreceros los relatos de Shadow of the Colossus y The Sexy Brutale, volvemos a homenajear a Tequila Works, probablemente el estudio español más talentoso del momento que nos regaló una historia magnífica que bien merecía un relato.

Y para que la experiencia sea completa, os animamos a que leáis el texto mientras escucháis la fantástica canción "The Song of the Sea" interpretada por Mirella Díez Morán y que forma parte de la genial banda sonora del juego, compuesta por David García Díaz.

RiME: La historia del niño y el zorro

Érase una vez un niño de diez años, de pelo moreno arremolinado y tez tostada por el sol tropical de la aldea pesquera donde vivía con su padre.

Una noche, tras quedarse dormido en su cama con una brisa fresca entrando por la ventana abierta, despertó al día siguiente tumbado bocabajo sobre las arenas de una playa desconocida; el agua bañando sus sandalias y el aire cálido ondulando el precioso paisaje de una isla coronada por una enorme torre de piedra blanca inmaculada.

El muchacho se levantó e investigó los alrededores: la arena y formaciones rocosas de color anaranjado pronto desaparecían en favor de prados verdes, arboledas y pequeñas construcciones de la misma piedra que la torre. Sin saber qué hacía allí ni adónde ir, comenzó a caminar dispuesto a explorar aquella isla.

No se había alejado mucho de la playa cuando pudo ver a lo lejos, sobre una de las construcciones antiguas, una silueta humana cubierta por una túnica roja. La figura parecía indicarle el camino.

Raudo, se dirigió al lugar donde había visto al extraño ser, que desapareció en un descuido del chico. Al llegar, observó una estatua de un zorro en el centro de un pequeño charco de agua fresca y rodeada de otras pequeñas estatuas alrededor.

También encontró en un pedestal cercano uno de sus juguetes favoritos: un velero de madera. El camino que había seguido hasta allí parecía cortarse tras un muro de piedra.

La figura y la túnica

Extrañado por no poder continuar su inesperado viaje, buscó una ruta alternativa y vio de nuevo a la figura de la túnica roja. Corrió hacia ella, pero se desvaneció en cuanto se acercó; en su lugar sólo quedaba otra extraña estructura –esférica en esta ocasión– que resplandecía con una luz celeste.

El niño gritó a la silueta fantasmal en busca de una respuesta a la incertidumbre que le embargaba y el sonido de su voz activó la luz azul, que salió disparada hacia una de las estatuas que rodeaban al zorro.

El muchacho encontró en la zona otras esferas celestes, que activó como la primera. Cuando hubo reunido todas las llaves lumínicas, la estatua del zorro se resquebrajó, dando vida al animal de pelaje rojizo y actitud cariñosa y juguetona.

Un pilar rodeado de escaleras de caracol emergió del lugar donde se encontraba la estatua y el zorro animó al niño a seguirlo escaleras arriba para superar el muro de piedra que le separaba de la zona central de la isla, donde se erigía la altísima torre blanca.

La parte superior de ésta poseía una hendidura en forma de ojo de cerradura. ¿Era allí hacia donde le dirigía su peludo amigo nuevo?

Volver a casa

El niño, que había sentido la soledad de aquel paraje tan bello como desconocido, se aferró a su nueva compañía para encontrar fuerzas para salir de allí y volver a casa con su padre.

Pensó en lo preocupado que estaría y en cómo pudo reaccionar cuando no lo vio descansando en su cama aquella mañana. ¿Cómo había llegado allí y cómo podría regresar a su hogar? Al parecer, el zorro lo sabía y le guiaba, pero también guardaba algún secreto la figura de la túnica roja.

Llegó a la torre antes de lo esperado; las distancias no eran muy grandes en aquel lugar. El interior le resultó gigantesco, con unas interminables escaleras pegadas a la pared interior del enorme cilindro blanco.

Tras alcanzar el primer piso, el chico descubrió que no podía seguir subiendo: sólo quedaba ante él un pasillo negro y del que no podía verse su fin. Sin más dilación, se adentró en la oscuridad y al instante apareció en un árido desierto gobernado por un inmenso pájaro cuya cabeza era únicamente su calavera, que intentó atrapar al muchacho.

Resguardado bajo techo del calor sofocante de aquel lugar y las puntiagudas garras del ave, el chico se dio cuenta de que no le sería tan fácil salir de aquella misteriosa isla, de aquella torre que le había transportado a un segundo lugar que parecía fruto de su imaginación.

La angustia le invadió y le hizo soltar varias lágrimas, que se evaporaron en el mismo momento en que entraron en contacto con la arena del desierto. El zorro captó la tristeza del niño y se acercó a él. Cuando éste lo acarició suavemente, el animal pudo transmitirle su mensaje: No te preocupes por nada, que yo te guiaré de vuelta a casa.

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