Retomamos la segunda parte de nuestro relato de Resident Evil VII con motivo de la fiesta de Halloween, porque en Sonyers nos gusta el miedo y qué mejor juego que este para ambientar este nuevo relato macabro.

Por si os perdisteis el primero, en este enlace podéis leerlo. Si no es el caso, os invitamos a seguir leyendo... si os atrevéis...

Relato Resident Evil VII: Parte 2

Cuando Chad Redfield abrió los ojos, no pudo distinguir nada que le ayudara a averiguar dónde se hallaba. Estaba tumbado, eso seguro, y tenía dolor de cabeza. Se encontraba sobre una cama, o tal vez un camastro, pues el colchón era pequeño y blando, nada adecuado para un adolescente de metro ochenta y cuatro como él. La habitación se encontraba en penumbra, como el resto de la casa, aunque se preguntó si seguiría en casa de los Baker, o incluso en Luisiana. ¿Había sido una pesadilla? Podría ser, pero si no era su cama, ¿dónde estaba?

Chad se incorporó, lo que acentuó la migraña, y se levantó encorvado y con los brazos por delante para buscar a tientas una fuente de luz. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo distinguir un escritorio, varias cómodas y muchos juguetes a su alrededor. Creyó ver una lámpara al otro lado de la habitación. Se dirigió hacia ella y la palpó en busca del interruptor que la encendiera. Se dio cuenta de que de la lámpara no surgía ningún cable. Tras examinarla a fondo entendió que aquel objeto no tenía nada que ver con lo que pretendía ser: se trataba de un pequeño trofeo de los que dan en competiciones infantiles, al que se le había acoplado una tulipa y un pequeño botón rojo. Chad sabía para qué servía ese botón, pero su mente se negaba a creerlo.

Cogió aire y lo mantuvo en los pulmones al mismo tiempo que pulsaba el botón rojo de la falsa lámpara. Sonó un clic y comenzó a abrirse una trampilla en el techo de la habitación. Una escalerilla de madera bajó a continuación, permitiendo acceder a una buhardilla de la que salía una tenue luz. Chad no se había equivocado en su premonición, pero a pesar de que sabía que allí arriba no debería haber nada amenazador, no iba arriesgarse a investigar: muchas cosas en aquella casa eran iguales que en el juego, otras no, pero algo sobrenatural estaba ocurriendo y tenía que largarse de allí lo antes posible.

Con la poca luz que se colaba en la habitación gracias a la apertura de la buhardilla, Chad alcanzó a ver la puerta. Giró el pomo y se abrió con un crujido. La habitación daba al pasillo interior de la segunda planta de la casa principal: tenía el mapa de aquella construcción grabado a fuego en su mente. Nada más salir de la habitación, giró a la derecha y cruzó la primera puerta que vio. El salón principal era mucho más grande de lo que imaginaba... y mucho más oscuro. Se detuvo antes de bajar las escaleras y escuchó en silencio, esperando que crujiera un tablón, se cayera algún mueble o una persona (o ente) le abordara preguntándole «¿qué coño haces aquí?»

Nada ocurrió. Sólo silencio y su respiración entrecortada.

El chico bajó lentamente las escaleras y giró a la izquierda nada más llegar al piso inferior. Delante de él sólo había una mesa redonda y más allá, el recibidor de la casa y la puerta principal. Apenas ocho metros para salir de aquella pesadilla. Cruzó con cautela el salón, mirando constantemente a izquierda y derecha, pensando que en cualquier momento le asaltaría una horrible criatura. En dos ocasiones durante el corto trayecto hasta la puerta se giró bruscamente al notar la presencia de Jack Baker a su espalda, pero sólo fue víctima de su desmesurada imaginación y de una creciente paranoia.

Nada más llegar a la puerta, Chad vio el emblema que la adornaba: el maldito emblema del perro de tres cabezas, pensó. Al menos, estaba completo. Pudo distinguir las tres cabezas, cada una de un color diferente, lo que quería decir que la puerta estaba desbloqueada y podría salir de allí.

En ese momento, algo le agarró del hombro y le obligó a darse la vuelta. Chad quiso gritar, pero de su boca sólo salió un torpe gorgoteo. Era Shawn, más pálido de lo habitual, que lo miraba con expresión casi ausente.

—Shawn, t-t-tío... —tartamudeó—. ¿Dón-dónde te habías metido?

—Te desmayaste, Chad. Creo que te golpeaste con algo. Joder, ¿ibas a largarte sin mí?

—¡No! Es sólo que... desapareciste... Y luego estaba en la habitación de los niños, pero no sé cómo...

Chad fue consciente del galimatías y de que nada de aquello tenía sentido. No podía explicar lo que estaba pasando, salvo que hubiera alucinado y Shawn no hubiera sido tragado por el cuadro de los Baker y que hubiera sido él quien le recogiera tras quedar inconsciente y le llevara a la casa principal, que pensándolo bien no se comunicaba de ninguna forma con la casa de invitados.

—Ven, Chad —le tranquilizó Shawn cogiéndole de los hombros y dirigiéndole por el salón de vuelta a los intrincados pasillos de la casa—. Vamos al comedor, te he preparado algo de comer.

—¿Pero de qué estás hablando? —preguntó Chad con incredulidad.

—Ven. Te sentirás mejor.

Chad intentó zafarse de su amigo, pero éste lo agarraba con fuerza mientras le llevaba hacia a la cocina con comedor situada en el piso inferior. Chad no sabía si Shawn se encontraba en sus cabales. ¿Cómo era posible que se hubiera puesto a cocinar en una situación así, en una casa abandonada hace años, quizá décadas?

Empezó a sollozar nada más ver la mesa preparada por Shawn. Había dos platos sucios sobre ella, dos tenedores y un cuchillo enorme. En el centro, una olla tapada que desprendía un olor nauseabundo. Shawn sentó a Chad en la silla frente a uno de los platos y él ocupó el sitio justo enfrente. Abrió la tapa de la olla y sirvió a Chad en el plato una mezcla de trozos de casquería con aspecto podrido. Chad pudo distinguir pequeños pelos y uñas entre los trozos verdosos y grisáceos del puchero.

—Cómetelo todo y luego nos iremos a dar un paseo —comentó Shawn con una sonrisa que le provocó un escalofrío a Chad—. Sí, saldremos de aquí, pero primero tienes que recuperar fuerzas: te has dado un fuerte golpe en la cabeza.

Por debajo de la mesa, del lado de Shawn, apareció reptando un ciempiés naranja de unos treinta centímetros. Chad contempló aterrorizado cómo Shawn lo ensartaba con el tenedor y lo ponía sobre su plato. Luego cogió el cuchillo y lo cortó por la mitad, llevándose la parte superior del insecto a la boca. Chad tuvo una arcada al escuchar el crujido del bicho mientras Shawn masticaba. La parte inferior del ciempiés aún se movía e intentaba escapar del plato.

Chad intentó ponerse de pie lentamente, pero Shawn reaccionó con rapidez y se levantó primero. Se dirigió hacia Chad y le agarró del brazo.

—¿Adónde vas? —preguntó riendo—. Aún no has probado bocado.

—Suéltame, Shawn, por favor —suplicó.

—Tienes que comer para ser fuerte y grande... —Chad vio cómo las venas de la cara de Shawn comenzaban a palpitar. Dentro de ellas burbujeaba una sustancia negruzca en lugar de sangre—. Fuerte y grande... ¡como yo! —dijo al tiempo que su cuerpo se iba transformando en una criatura de dos metros.

Shawn fue perdiendo paulatinamente su forma humana. Sus extremidades, sin dejar de agarrar el brazo de Chad, dieron lugar a largas garras negras y pegajosas. La ropa se le desgarraba a medida que la anchura de su cuerpo aumentaba, dejando ver intrincadas trenzas de un tejido igual de negro y viscoso que el fluido que corría por dentro de su amigo. La cabeza de Shawn también desapareció entre la maraña de musculatura infernal que emanaba de sus entrañas. Reinando en la cara del monstruo, una enorme boca que buscaba la carne de Chad. Éste notó el pestilente aliento de la criatura, muy similar al maloliente aire con el que les había recibido aquella casa.

Chad consiguió zafarse de lo que hasta hace unos segundos había sido Shawn, no sin llevarse un profundo corte en el brazo derecho; ahora no creía que quedara nada de su amigo en aquel monstruo negro y fibroso. A pesar del estado de shock y el terror que se había apoderado de él, la adrenalina que corría por su cuerpo le permitió pensar con claridad y activar sus músculos como si se encontrara en plena forma. Corrió veloz por el pasillo del piso inferior hasta el salón principal, sin mirar atrás ni por un momento, aunque sabía que el holomorfo (así se llamaban esas criaturas en el juego) iba dos pasos por detrás de él; podía notar su aliento y escuchar los estridentes sonidos que emitía. En apenas unos segundos llegó a la puerta con el emblema del perro de tres cabezas y pidió al dios en el que no creía que la puerta estuviera abierta y cediera.

Cayó de bruces por la escalerilla de entrada debido a la fuerza e inercia del empujón. ¡Había conseguido salir! Sin tiempo para reaccionar, se dirigió rápidamente hacia la caravana que había frente a la casa. Sabía que la puerta principal estaba cerrada (por eso Shawn y él la habían rodeado por el camino del pantano), así que confiaba en que pudiera contactar con alguien desde el teléfono que había en la caravana. ¿Y si no lo hay?, se preguntó. ¿Y si los desarrolladores habían recreado casi a la perfección toda la puñetera hacienda pero se habían tomado la libertad de incluir entre las líneas de código un maldito teléfono que no iba a encontrar dentro de la caravana?

Ya tendría tiempo, o no, de buscar alternativas en ese caso. Chad enfiló la puerta de la caravana y se empotró contra el mueblecito que había justo enfrente. Bajó la mirada y lo vio: un teléfono antiguo negro de ruedecilla. Descolgó el auricular y se lo acercó a la oreja. ¡Daba tono!

Sin perder un instante, introdujo la yema del dedo índice en el hueco del nueve y se dispuso a girar la ruedecilla mientras recordaba el vídeo que vio en YouTube unos meses antes: Diez objetos viejunos que no sabrías utilizar. Antes de poder marcar el primer número, oyó un clic a través del auricular.

—Hola Chad —escuchó decir a la voz al otro lado de la línea—. Bienvenido a la familia.

En ese mismo momento, notó un dolor punzante entre el cuello y el hombro. Sólo le dio tiempo a ver el trozo de carne que le faltaba y su propia sangre salir a borbotones. Quiso gritar, pero la enorme boca del holomorfo le desgarró la cara de un segundo mordisco. El cuerpo inerte de un ya irreconocible Chad Redfield cayó al suelo de la caravana.