Se acerca la noche de Halloween, aunque muchos comercios y centros de ocios ya nos están vendiendo la noche de los muertos desde mucho antes.

En Sonyers os hemos traído un contenido muy especial porque nos encanta el terror, y creemos que pocos juegos hay mejores para celebrar el miedo y disfrutar con él (o sufrirlo, según se mire) que con Resident Evil VII, uno de los mejores juegos además del catálogo de PlayStation VR.

Viaja con nosotros en este apasionante relato de tres partes. Aquí está la primera. Todo lo que llega a continuación debes leerlo bajo tu propia responsabilidad...

Especial Halloween: Resident Evil 7 - La Casa de invitados

La vieja ranchera familiar marrón y oxidada de los padres de Chad Redfield se detuvo en el camino de tierra a trescientos metros del caserón. Era el primer viaje largo que el joven, recién cumplidos los diecisiete, hacía con el regalo que sus viejos le hicieron un año antes, cuando alcanzó la edad para conducir. Él y su amigo Shawn Lee tuvieron claro desde el momento en que le entregaron la chatarra todavía funcional cuál iba a ser el destino de aquellas primeras vacaciones que se habían demorado más de la cuenta: Dulvey, Luisiana.

Ambos adolescentes bajaron del coche y siguieron el camino entre altos árboles que proyectaban sus sombras de una forma extraña, como cuando se produce un eclipse en un día especialmente soleado. Enseguida se detuvieron ante la puerta de verja negra de tres metros de alto y admiraron boquiabiertos la vieja casa al fondo de la hacienda. Únicamente se veía parte del piso superior de la vivienda principal, pero tanto Chad como Shawn sabían que sólo era una de las varias construcciones que formaban la propiedad.

—No puede ser —comentó Shawn en un tono bobalicón.
—¡Te dije que los rumores eran ciertos! —contestó emocionado su amigo.
—No puede ser...
—Reacciona, imbécil —Chad le dio una colleja—. Estás ante la casa de los Baker.

El mayor, pues Shawn aún seguía teniendo dieciséis años, hizo mención a la familia protagonista de un popular videojuego de terror lanzado al mercado tres años antes, y al que los dos jóvenes se aficionaron rápidamente. Ambos habían completado el juego en numerosas ocasiones y descubierto cada secreto que ocultaba la casa virtual a la que los desarrolladores habían dado vida con todo lujo de detalles.

Además, Chad había creado una enciclopedia en Internet, más conocidas en el mundillo como wikis, que era visitada a diario por miles de fans de la saga de videojuegos a la que pertenecía la entrega. Uno de los artículos más populares de la wiki se encontraba en la sección de curiosidades y hablaba de un rumor que se comentaba en algunos círculos oscuros.

Como tantas leyendas urbanas, algunos fanáticos radicales del videojuego aseguraban que la casa en la que se desarrollaba estaba basada en un edificio real y que su historia, si bien convertida en una pesadilla de zombies y armas biológicas, que era de lo que trataban todos esos juegos, sí que tenía algunos matices paranormales en la realidad. «Sí, claro, como pasó con Roanoke», comentó Shawn cuando se enteraron del rumor. Pero Chad tomó buena nota y se propuso encontrar la mansión, si es que de verdad existía.

Los amigos no se molestaron en intentar abrir la puerta de acceso y tomaron un sendero que se encontraba a su izquierda: si la reproducción virtual de la casa era fiel a la que tenían delante, sabían perfectamente cómo llegar a su interior. Dieron un rodeo, pasando junto a un pantano y atravesando una valla por un agujero que había en la parte inferior. Luego descendieron por un terraplén para llegar al porche de la casa de invitados. Shawn resopló al admirar la construcción:

—Uff... Es exactamente igual que en el juego. Me da mal rollo entrar ahí.

—¿Qué dices? No te vas a rajar ahora —le recriminó Chad—. Tengo que verla por dentro con mis propios ojos. Es como si me llamara, como si estuviera predestinado a explorar cada rincón de la casa.

—Con ese apellido, no me extraña que sientas eso.

Chad entró decidido por la puerta de madera del porche; Shawn hizo lo propio tras él, más temeroso. Un bofetón de polvo en suspensión y olor a putrefacción les recibió en la pequeña estancia. Shawn reprimió las arcadas y se tapó la nariz con la manga de la sudadera que se puso esa mañana: de color negro y con la palabra Atari en naranja. La casa estaba sumida en una inquietante oscuridad rota por finas tiras de luz que se colaban entre los tablones de madera que bloqueaban las ventanas, exactamente igual que los jóvenes recordaban de sus noches frente al televisor.

Avanzaron por el pasillo que sabían que les llevaría a la cocina de la casa de invitados. Antes de girar a la derecha, Chad se percató del armario medio abierto al fondo del pasillo y de la cadena cortada que descansaba a sus pies. Un escalofrío le recorrió la espalda y miró a su amigo en busca de aprobación antes de abrir la siguiente puerta. Shawn respondió encogiéndose de hombros: «Ya hemos llegado hasta aquí», parecía decirle.

La puerta de la cocina se abrió sólo a medias, acompañada de un chirrido. Chad la empujó con el hombro y no fue hasta la tercera acometida que consiguió abrirla por completo, haciendo que cayera al suelo una montaña de sillas que se encontraban tras la puerta; el estruendo les pareció ensordecedor en contraste con el mortecino silencio de la casa. Para sorpresa de los aventureros, la cocina no tenía nada que ver con cómo la recordaban: su tamaño era menor, no había barra americana frente a ellos, ni una mesa de comedor con una olla llena de cucarachas. Los muebles sí tenían cierto parecido con la recreación que hacía el juego, pero la disposición era diferente, así como la lámpara que colgaba del techo, y que parecía sujeta por una tupida red de telarañas, en lugar de por su propio soporte.

—Se me está poniendo dura —anunció Chad—. A ver si conseguimos llegar a la casa principal.

Los jóvenes avanzaron por un segundo pasillo. Pasaron junto a las escaleras que llevaban al ático; Shawn intentó no mirar hacia arriba, pero una fuerza le instaba a hacerlo. Entonces la vio: la figura de una mujer joven, de cabello largo y negro, con los ojos bien abiertos y petróleo corriendo por sus venas. El chico profirió un grito. Chad dio media vuelta, sobresaltado.

—¿Qué coño te pasa? ¡No vuelvas a asustarme así! Joder, ¿te has meado encima?

Una mancha oscura cubría la entrepierna de Shawn, que parecía no notar la cálida sensación de su propia orina bajando por el interior de sus muslos.

—La he visto —respondió con un hilillo de voz—. Estaba arriba, justo ahí.

Shawn señaló el poste con el interruptor que estaba seguro que activaría unas escaleras que llevaban al desván de la casa de invitados.

—No seas crío, imbécil. No se te va a aparecer Eve. La única presencia que hay aquí es la de los bichos. Eso sí que debería darte miedo: antes he visto unos mosquitos del tamaño de gorriones.

—Era Mia...

Chad obvió a su amigo y continuó hasta la sala de estar, aquella en la que se imaginaba tirando de una palanca oculta en el hueco de la chimenea y que le abriría un pasadizo para acceder al sótano. Un escalofrío recorrió su espalda al visualizar esa imagen.

Se detuvo en seco cuando vio el cuadro en la pared: era la famosa fotografía de un joven matrimonio Baker con sus dos hijos, aún niños, sentados todos en el sofá mirando la televisión. Había visto aquella imagen varias veces en el juego y siempre le daba mal rollo, pero comprobar que existía en la realidad le provocó una punzada de terror en el corazón, sobre todo al darse cuenta de un detalle que fuera de la fantasía del videojuego, requería una explicación: ¿quién había realizado la fotografía de la familia? Ninguno de los retratados miraba a la cámara ni parecía percatarse de que les estaban inmortalizando; había algo de excesiva cotidianidad como para haber sido tomada siquiera por un fotógrafo profesional.

Un crujido procedente de la sala de estar le sacó de sus pensamientos.

—Joder, tío, ahí hay alguien —susurró Shawn—. Vámonos de aquí ya. La casa existe, hemos entrado y nos hemos acojonado: quédate con eso.

Chad estuvo a punto de hacer caso a su amigo y darse la vuelta para volver al porche. En ese momento, se escuchó un golpe seco, como de un cuerpo cayendo al suelo desde cierta altura, y la puerta de la sala de estar se abrió de par en par ante los adolescentes. Ambos gritaron. Tras la puerta, la estancia se encontraba vacía; sólo algunos muebles destartalados y capas de polvo acumulándose en ellos. Chad entró en la sala, despacio y con la respiración entrecortada.

Le costaba no sólo respirar, sino también levantar los pies del suelo de madera, ya podrida en muchas zonas. Esta habitación también le parecía fielmente recreada, con la chimenea al fondo a la izquierda y un piano de pared a su derecha. Observó con atención el zócalo en la pared del fondo y le pareció ver una pequeña abertura, la posible rendija del pasadizo oculto que temía que fuera real. El corazón se le aceleró y no aguantó la presión de esa mezcla entre ficción y realidad que por un momento pensó que le volvería loco. Se dio media vuelta dispuesto a salir de allí con Shawn...

Pero Shawn ya no estaba con él. Se había esfumado. Le llamó, pero sólo obtuvo silencio como respuesta. Salió de la estancia y se encontró de bruces con el cuadro de la familia Baker, que ahora mostraba un miembro más. En el centro de la fotografía, entre Jack y Marguerite Baker se encontraba Shawn Lee, con gesto horrorizado.

Los miembros de la familia, dos a cada lado, ya no estaban mirando la televisión, sino que tenían sus ojos puestos en Shawn; una sonrisa diabólica se dibujaba en sus labios. Chad observaba el cuadro, incapaz de moverse. En ese momento, la fotografía cambió: los Baker dejaron de mirar a Shawn y clavaron sus ojos en él. Una voz gritó en su cabeza:

¡Ven con nosotros, Chad! Shawn te está esperando...

El joven profirió un chillido y huyó despavorido por los pasillos de la casa de invitados. Atravesó la cocina como un vendaval, tirando las sillas que se amontaban allí. Chad agarró el pomo de la puerta que daba al porche y tiró de él, pero la puerta estaba cerrada. La aventura de la casa de los Baker ya no tenía ninguna gracia: Shawn había desaparecido y toda la locura relacionada con el cuadro no se la había imaginado, estaba pasando realmente.

Empezó a aporrear la puerta con todas sus fuerzas a la par que gritaba pidiendo ayuda. Una balda anclada a la pared a su derecha comenzó a vibrar con cada golpe del chico, acercando una caja de herramientas roja a su borde. Chad, en un último intento por derribar la única salida, cogió impulso y cargó con su hombro izquierdo por delante. La puerta no se inmutó, pero la caja cayó sobre su cabeza y Chad se sumió en un profundo sueño.