Una cosa que de un tiempo a esta parte hace mi hermano, y que a mí me parece un sacrilegio, es rebajar la dificultad de los juegos para pasárselos sin muchos quebraderos de cabeza. Al chaval hay que entenderlo porque es padre de mellizos y no tiene mucho tiempo que perder, pero la idea de pasarse un juego en easy siempre me ha parecido aberrante.

Poner un juego en modo fácil me hace pensar en esos jugadores casuals en el peor sentido, que tienen la consola de pisapapeles y solo compran el juego de turno anunciado en el escaparate de El Corte Inglés.

Me paro a pensar de dónde viene esta opinión y llego a la conclusión de que confío en el criterio de los desarrolladores, es decir de quienes han concebido y hecho un juego. Así, el modo normal vendría a ser la experiencia recomendable y el difícil está reservado a quienes buscan mayores retos, o tal vez para una segunda vuelta. Pero el modo fácil es una versión descafeinada donde no dejan de darte palmaditas en la espalda, como diciéndote que no eres buen jugador.

Esta idea se fundamenta también en el hecho de que, en algunos casos, la dificultad más baja viene directamente capada. Puede suponer una experiencia de juego completamente diferente, como ya sucediera en el mítico Monkey Island 2: LeChuck's Revenge (primer recuerdo claro que tengo de esto), o puede incluso comportar un final distinto al auténtico, sólo accesible a partir de la dificultad normal.

Pero al pensar en mi hermano, como os decía, me doy cuenta de que mi opinión es más bien un prejuicio. Tal vez el modo fácil no es sólo para casuals que no saben jugar, sino sencillamente para quienes tienen poco tiempo, mucho estrés, otras ocupaciones, etc.

Además de lo dicho, hay otra cosa que me hace replantearme la posibilidad de jugar en easy, incluso siendo un jugador avezado, y son esos títulos cuyo modo normal ya es un infierno. Lo malo es que, en mi experiencia, ¡estos juegos particularmente difíciles sólo tienen un nivel de dificultad!

Estoy pensando ahora en Nioh 2, que he analizado recientemente. Sigo jugando, completando más misiones y subiendo de nivel. He alcanzado ese punto en el que los enemigos normales dejan de parecerte una amenaza y ya te atreves a meterte con casi todos. Pero los bosses...

Al pie del análisis, en los comentarios, ya me refiero a los jefes de Nioh 2. Los hay duros sin más, de esos que te pican y superas al tercer o cuarto intento, y los hay que son una jodienda, hablando en plata: un supuesto reto que apenas es tal y que más bien es una piedra en el camino.

Claro, cuando te has tropezado con un montón de piedras, cada una de las cuales te ha retrasado dos horas o más, empiezas a darte cuenta de que la idea de terminar el juego abandona el terreno del sincero interés para adentrarse en el fango del amor propio. Dicho de otra forma, que acabas pensando el clásico "yo esto me lo paso por mis...".

Estas sensaciones supongo que también se ven reflejadas en la nota de Nioh 2, que no es excelsa. Y es que hablamos de un buen título sin duda, pero uno que por momentos cansa, y no consigue ofrecer los alicientes suficientes para suponer un reto sin caer en lo frustrante. Siempre desde mi punto de vista, por supuesto.

Resulta irónico que los siguientes juegos que he analizado sean La-Mulana 1 & 2, que vienen a ser más de lo mismo, pero elevado al cuadrado. Si ya Nioh 2 es difícil, los juegos de Nigoro podrían parecer una tomadura de pelo al jugador, sobre todo el segundo.

Como estos títulos ha habido otros a lo largo de las generaciones, muchos de los cuales se quedaron sin terminar (y mira que me da rabia). Recuerdo por ejemplo el Thunder Force V de PlayStation y su última fase imposible, o el Batman Returns de Atary Lynx, un juego excelente en lo técnico pero arruinado por su absurda dificultad.

Mención específica para Sekiro: Shadows Die Twice. Estoy seguro de que, por lo bajini, muchos que presumen de jugones lo han guardado en el cajón sin terminarlo. En mi caso estuve a punto, pero debo decir que al final me lo pasé y de paso tuve uno de los mayores subidones que recuerdo en mi larga andadura videojueguil. Y es que la última obra de Miyazaki es tan rematadamente buena que se puede permitir maltratar así al jugador.

En esos momentos es cuando uno, de buena gana y por muy hardcore gamer que se considere, recurriría con gusto al modo fácil de haberlo. Pero, como ya he dicho, la mayoría de estos juegos puñeteros se caracterizan porque no ofrecen más que un nivel de dificultad.

A modo de curiosidad deciros que en La-Mulana puedes activar, dentro del propio juego, un modo difícil si lees una lápida que hay por ahí una segunda vez. ¡Ja, difícil! Sería hasta cómico de no ser muy real.

Es por todo esto que, francamente, de un tiempo a esta parte estoy un poco ávido de juegos sencillitos, de esos que te puedas pasar plácidamente, o que, de ser duros, se mantengan siempre en el umbral del sano reto y la satisfacción por superarlo, sin caer en lo frustrante. Y ese equilibrio es complicado porque debes adaptarlo a muchos jugadores distintos.

¿Vosotros qué pensáis? ¿Os gusta sudar de lo lindo y estar tentados de tirar el mando por la ventana, o preferís un juego que te lleve de la mano y se centre más en la narrativa?