Llevo ya varios días con la gripe, una enfermedad que no por frecuente deja de ser muy puñetera, especialmente si la coges con particular virulencia como ha sido mi caso. Los primeros días en cama, sin ganas de hacer nada, han dado paso a días de simple aburrimiento, perfectos para coger el Dualshock 4 y darle al tema casi como cuando era un niño.

El candidato perfecto para esta ración extra de vicio era un juego que atesoraba en mi estantería, esperando a ser jugado como merecía: Dragon Quest XI: Ecos de un Pasado Perdido.

La saga de videojuegos Dragon Quest, con Akira Toriyama tras los diseños, no es muy conocida fuera de Japón, salvo por la serie de manga y anime Las aventuras de Fly (Dai no Daibouken), que sin embargo dibujó Koji Inada. Ojo porque Toei va a reeditarla, pero no nos vayamos por las ramas...

Decía que los juegos Dragon Quest no son muy célebres fuera del país del sol naciente, mientras que la otra gran saga de JRPG por méritos propios, Final Fantasy, es (o era...) mucho más codiciada por los jugones occidentales, especialmente desde el exitoso Final Fantasy VII.

Mi primera experiencia con Dragon Quest fue con la octava entrega en PlayStation 2, y enseguida entendí por qué esta serie de juegos habían maravillado a los jugadores japoneses.

Dragon Quest VIII: El Periplo del Rey Maldito era entrañable, sencillo y a la vez desafiante, y transmitía unas sensaciones únicas, de ésas que sólo encuentras en un título que se siente genuino y no un copia-pega de otras fórmulas.

Al disponerme a jugar a Dragon Quest XI en mi PlayStation 4, nada más y nada menos que dos generaciones después (que se dice pronto), supongo que esperaba con ilusión casi infantil la misma fórmula y... ¡eso es exactamente lo que he encontrado y lo que estoy disfrutando!

Entonces me he acordado de Final Fantasy XV y me he preguntado en qué momento Square perdió el rumbo con su emblemática saga, ésa que a mí particularmente tanto me enamoró y tan buenas horas me regaló.

La cosa es más sangrante si piensas que Square y Enix (padres de Final Fantasy y Dragon Quest respectivamente) se fusionaron para formar Square Enix. Y sin embargo, ambas sagas han seguido caminos tan distintos...

Dragon Quest se ha mantenido fiel a sus principios. Podría decirse que cada entrega tiene una mejor factura técnica, pero la fórmula magistral que había visto nacer una obra maestra permanece inalterada, con una jugabilidad esencialmente igual.

Con la perspectiva que dan los años, tengo muy claro que así debe ser: para innovar haz cosas nuevas, pero no cojas una que ya existe y la perviertas. Los cambios deben ser sutiles, no dan lugar a la innovación. Ésta debe llegar necesariamente con la novedad. En fin, sigamos.

Da la sensación de que los Dragon Quest están hechos con mucho mimo y esmero, sin prisas -algo casi inconcebible hoy en día- y diría que con la certeza de sacar al mercado un éxito garantizado. Dragon Quest es un tributo al jugón japonés fiel desde hace generaciones, y eso se traduce en que ni siquiera hay DLC, y que, al meter el disco, el único parche que se descarga es de poco más de 200 MB. Yo a eso lo llamo cuidar al consumidor, lo llamo sacar al mercado un producto redondo y terminado.

¿Y Final Fantasy? Muchos recibimos con los brazos abiertos Final Fantasy X-2 sin darnos cuenta de que la primera secuela de la saga era también el primer bandazo hacia no se sabe dónde.

Square empezó a cambiar la fórmula, unas veces con más éxito que otras, pero siempre con un denominador común: por un lado el afán de sacar dinero hasta de debajo de las piedras, y por otro (y obviamente relacionados) la sensación de estar superados por sus propias aspiraciones.

¿Hasta dónde hemos llegado? Pues hasta el punto de que, incluso habiendo esperado más de un año para comprar la edición Royal de Final Fantasy XV, lo primero que me encontré fue un parche de 40 GB, es decir una desvergüenza, una chapuza y un reflejo del lugar que el clásico fan de Final Fantasy ocupa en la actualizad para Square Enix. En definitiva una saga perdida...

Así es amigos. Sin ser un mal juego, Final Fantasy XV ha conseguido lo mismo que La Amenaza Fantasma: hundir una pasión. Es decir, que escuches hablar del siguiente Final Fantasy (o Star Wars) y, lejos de invadirte esa sensación de hype, te de un poco igual.

Es entonces cuando me he acordado de Cloud y Sefirot, pero también de Tidus y Yuna... ¿No podían haber conservado la fórmula, y sencillamente subir el listón técnico sin romper la magia? ¿No es de hecho lo que estuvieron haciendo hasta la décima entrega? A partir de ahí, ¿qué querían exactamente, o mejor dicho, qué esperaban? Y lo que más miedo me da: ¿qué van a hacer con el remake de Final Fantasy VII? ¿Por qué tienen que cambiar el sistema? ¿Por qué se venderá por episodios? ¿Por qué Final Fantasy ha sucumbido a las políticas de DLC de pago más agresivas?

Es algo que sólo Square Enix sabe. Pero tiene gracia que, ante el permanente linchamiento de una saga que antaño era de culto, sin embargo ahí siga Dragon Quest, atesorando todo lo bueno que tiene. Es como si fueran dos hermanos, y uno se deja llevar por el camino de la perdición mientras el otro no llama tanto la atención, pero ahí sigue al pie del cañón.

En fin amigos, me despido con una recomendación como habréis imaginado: olvídate de Ni No Kuni, del enésimo Tales of y tristemente de cualquier Final Fantasy, y si te gustan los JRPG y estás tan loco como para no haberlo hecho ya, deja que la magia de Dragon Quest te invada y simplemente disfruta, porque no te arrepentirás. Palabra del viejo Sonny.