Como ya muchos de vosotros sabréis, en Sonyers nos gusta acompañar la llegada de ciertos videojuegos de un relato, una historia inventada que viene a expandir el universo del juego, a reimaginarlo, a contar partes que nunca pasaron en el juego o simplemente están en nuestro imaginario.

En este caso os venimos a contar un relato sobre Shadow of the Tomb Raider, el tercer juego de Lara Croft en una trilogía con la que Crystal Dynamics nos ha querido contar cómo la heroína se ha convertido en la famosa saqueadora de tumbas que todos conocimos en su primeras aventuras.

Así que poneros cómodos y disfrutar de esta historia, pero tampoco os relajéis demasiado, el peligro acecha, la selva es peligrosa y los enemigos disparan a matar. Y no olvidéis pasaros por nuestro análisis si aún no lo habéis hecho.

Shadow of the Tomb Raider: Noche salvaje

Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre su frente, pero no fueron suficientes para despertarla de su letargo. Fue quince minutos después, con la tormenta tropical en pleno apogeo, cuando la joven salió de su estado de inconsciencia.

Elevó sus manos para sacudirse la cara, pero reaccionó a tiempo cuando sintió la pérdida de equilibrio y su cuerpo a punto de caer a alguna parte. La chica miró alrededor y vio que apenas se encontraba sujeta por unas ramas. Se preguntó cómo había llegado allí, a la copa de un árbol y cuánto tiempo llevaría colgada de la vegetación selvática.

Entonces recordó: el tiroteo en la base de La Trinidad, la persecución por la colina junto al río, la pelea con el hombre de la nariz grande en lo alto de la cascada, el forcejeo entre ambos para evitar acabar con un tiro en la frente y... la caída. Había caído desde una altura considerable. Afortunadamente no era un gran cascada; un poco más de altura y la caída habría sido mortal aun amortiguada por las ramas.

Cuando consiguió bajar a tierra firme fue consciente de que podía estar gravemente herida: le dolían las costillas, la muñeca izquierda y toda la pierna derecha. Cojeando, consiguió resguardarse de la lluvia bajo un risco cercano a la cascada. Fue entonces cuando pudo mirarse de arriba abajo y contemplar las secuelas de la pelea.

Tenía los pantalones desgarrados y llenos de barro y musgo, la camiseta de tirantes hecha jirones y descubrió varias heridas aún sangrantes en extremidades y torso. Echó un vistazo al cielo: necesitaba que la lluvia amainara para prepararse para la noche y poder sobrevivir a ella.

Afortunadamente, escampó poco antes del anochecer, lo que le permitió salir a buscar algo de leña para una hoguera, cazar un conejo para la cena y conseguir algunas hojas robustas que le sirvieran para taponar las hemorragias que sufría.

No era la primera vez que se encontraba en una situación así de desfavorable, y tanto ella como La Trinidad bien sabían que había conseguido salir adelante; aquel pequeño accidente no la disuadiría de conseguir su objetivo.

A pesar del campamento improvisado, la joven apenas pudo dormir a pequeños ratos. La tormenta, que volvió con la oscuridad, los susurros de animales o tal vez otros peligros vivientes y perturbadores sonidos procedentes de la vegetación le impidieron conciliar el sueño.

Las largas horas de vigilia jugaron con su mente, trayéndole recuerdos de su padre o haciéndole creer que lo tenía justo delante, sentado al otro lado del fuego, charlando con ella sobre la infancia de ella, los secretos de él o los recién descubiertos de su madrastra.

En cuanto el alba trajo consigo los primeros rayos de luz y fue capaz de ver lo que tenía delante sin necesitar el fuego, la chica abandonó el campamento con la intención de penetrar de nuevo en la selva en busca de un camino de regreso a la base principal de La Trinidad.

Tras la primera irrupción en territorio enemigo y todo el caos posterior, sólo conservaba el arco y alguna flechas que fabricó el día anterior. Sabía que no sería suficiente, por lo que tendría que actuar con sigilo e imaginación, pero eso era algo que acostumbraba a hacer en esas situaciones.

Por supuesto que saldría airosa: ella ya no era la chica ingenua, tímida, «niña de papá» que todo el mundo pensaba que era. Había cambiado mucho en los últimos años. Se había convertido en una guerrera, una luchadora, una aventurera, una superviviente. Su apellido ya no sólo iba asociado a la imagen de su padre; se había labrado una identidad propia, la de una ganadora.

Lara Croft resurgió una vez más ante la adversidad y se puso en marcha a través de la selva.