Las criaturas vencidas habían dejado tras de sí el Arpa de la Tierra y la Rosa del Desierto, unos artefactos que reconocí al instante, puesto que aquel misterioso viajero de Kalm, el mismo que me había informado sobre la existencia de la famosa isla, los buscaba para emprender un viaje muy importante. Antes de entregarle estos objetos al buen hombre, los llevé como un iluso al lago donde reposaba Aeris, imagino que esperando un milagro. Pero nada sucedió.

Finalmente entregué el arpa y la rosa al viajero de Kalm, aferrándome a la esperanza de obtener alguna respuesta, de que unos artículos tan increíblemente difíciles de conseguir escondieran algún significado oculto. Pero nuevamente me equivocaba. El hombre cogió los objetos, dándome a cambio chocobos, materias, armas... ¡nada de eso tenía valor para mí! ¡Yo era el más fuerte del mundo! No necesitaba ser más poderoso, sólo necesitaba resucitarla a ella, a mi amor...»

El cuerpo del viejo Cloud se estremeció. Volvió a pensar en aquel punto de inflexión, cuando estuvo a punto de rendirse, de aceptar la muerte de Aeris. Volvió a imaginar un futuro sin ella, en aquel mundo que ya no tenía nada para él. Su nieta pequeña le sacó de la ensoñación.

-¿Y ya se acaba la historia? ¡Pero si la abuelita está viva! -protestó la niña.

Cloud volvió a resoplar, paladeando nuevamente el aroma de la realidad, de lo que finalmente fue. Prosiguió su relato.

«La historia no ha acabado, en efecto. Cuando más abatido estaba, cuando incluso mis compañeros de Avalancha me estaban sugiriendo abandonar esa búsqueda imposible, fue cuando lo sentí. Una especie de llamada, una chispa. Su voz, su cara siempre sonriendo. Aunque ahora parece obvio, por aquel entonces, desesperado como estaba, no me había parado a pensar en quién era ese extraño que buscaba objetos imposibles en Kalm, ni a dónde pensaba viajar exactamente. Angustiado volví a su casa, pero ya no estaba. Pregunté por todo el pueblo. Hablaba en voz alta, gesticulando, yendo de aquí para allá como un poseso. Ahora me río, pero algunos debieron de tomarme por loco, y admito que con razón. ¿Cómo explicar una sensación que tienes, aunque todas las evidencias apuntan a lo contrario? ¿Me estaba engañando? O aún peor, ¿estaba perdiendo la razón?

Entonces lo vi, como un sueño, como si fuera algo que sólo hubiera podido reconocer yo: el polen de la Rosa del Desierto, mecido por el viento. Las notas lejanas del Arpa de la Tierra, apenas un susurro...

Tengo la seguridad de que mi destino cambió entonces. Salí con paso raudo siguiendo esas sensaciones, crucé mares, montañas, volví a recorrer el mundo. Ya no tenía enemigos colosales que vencer, pero mi mayor rival era sin duda la desesperanza. No podía dejar que ésta se apoderase de mi corazón, debía seguir esas pistas vanas.

Y por fin lo encontré. El supuesto viajero de Kalm era en realidad una especie de extraño nigromante. Ataviado con una túnica negra, en un claro imposible de un bosque perpetuo, allí estaba, junto al cuerpo de Aeris, bajo la tenue luz de una fogata verdosa.

Sin duda aquel hombre sabía de mí y también de Aeris, de sus poderes y su origen. ¡Por eso me había pedido los objetos! ¡Explotó mi desesperación! Sin embargo, no calculó que ese mismo sentimiento me acabaría llevando incluso a él, en el fin del mundo.

El nigromante pretendía realizar un ritual, cuidadosamente preparado, para obtener los poderes de la joven fallecida, pues no olvidéis que vuestra abuela pertenece al pueblo ancestral de los "ancianos". El momento en que llegué no pudo ser más propenso, pues como supe luego, una vez concluido el ritual, la resurrección hubiera sido imposible.

Así que me lancé contra el hombre como una bestia salvaje, dando rienda suelta a todas mis pasiones reprimidas. El nigromante, en su afán por obtener el poder, me había encargado misiones imposibles, pero eso me había transformado en el guerrero más poderoso del mundo, que ahora le plantaba cara.

Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que mi enemigo reía, con un aire de superioridad perturbador. En efecto, Arma Rubí no fue mi más duro rival, ni siquiera Arma Esmeralda. No. Aquel hombre ya había acumulado un enorme poder, extrayéndolo de otros "ancianos" fallecidos antes que Aeris, profanados en oscuros rituales donde absorbía su alma misma.

Fue una contienda tan increíble que no puede ser narrada con palabras. Ahora tengo muy claro que el nigromante había subestimado la fuerza del amor, que no sólo me llevó hasta él, sino que me permitió vencerlo. Cuando flaqueaba, con solo mirar el cuerpo de Aeris recuperaba mi determinación. Tenía una cosa muy clara: la traería de vuelta o moriría en el intento. Ya no había vuelta atrás.

Tras un combate que se hizo eterno, el hombre de negro finalmente cayó. Las almas robadas de todos los ancianos fueron liberadas al Empíreo. Se deshinchó, se vació de poder y se quedó postrado en el suelo, mirando con ojos temblorosos.

Lo levanté del pescuezo y le ordené que resucitara a vuestra abuela, tal cual, sin rodeos ni miramientos. Me negaba a contemplar cualquier otra posibilidad, pues en el fondo sabía que ésta era mi última esperanza. Y así lo hizo, a través de prácticas prohibidas de un culto olvidado. Cuando Aeris volvió a abrir por fin sus ojos claros como lagos, a esbozar su sonrisa dulce como la ambrosía, no estaba seguro de seguir realmente despierto. Por fin, después de tantas aventuras, mi amada había vuelto a la vida. Siempre sentí que podría traerla de vuelta, y así fue. La besé por primera vez entonces, ya que nunca antes le había confesado mi amor. Creedme si os digo que ese beso, tan dulce y auténtico, tan esperado, me compensó de inmediato por todas las calamidades pasadas.

Con respecto al nigromante... Ya no albergaba ese inmenso poder, pero sí conservaba los conocimientos para recuperarlo algún día. Aunque desde una celda en un nivel muy profundo de la cárcel de Midgar, le iba a ser difícil. Puede que allí siga, si aún vive.

Y así fue como, después de lo que pareció una eternidad de búsquedas y falsas esperanzas, por fin logré... resucitar a Aeris.»

Justo tras acabar la historia, cuando los niños aún miraban absortos a su abuelo, desde el otro lado de la puerta llamaron para cenar . Como si lo hubieran olvidado todo en un suspiro, los pequeños se levantaron de un salto, corriendo hacia la mesa mientras gritaban y jugaban. Cloud volvió a sonreír. Se quedó un rato más en la butaca, pensativo ante la lumbre. El olor a carne asada lo rescató definitivamente del pasado. Se levantó, satisfecho, y atravesó el umbral de la puerta. La sala quedó vacía y en silencio, excepto por el crepitar de las llamas en la chimenea.

-FIN-

 

Nota: Arte de Cloud y Aeris de Melis Ishida, tenéis más ejemplos en su cuenta de Pinterest.