Debo confesar que analizar Megaton Rainfall no es una tarea sencilla. A medida que lo jugaba, mis expectativas cambiaban, alternando momentos de verdadera sorpresa (en el buen sentido) con otros donde me daba cuenta de que el juego no daba más de sí. Voy a tratar de ordenar toda esta información en forma de texto coherente, para que vosotros, queridos lectores, tengáis una idea lo más cercana posible de lo que podéis esperar.

Quienes hayan visto la película Watchmen, o leído la novela gráfica, sin duda conocen al Doctor Manhattan, ese hombre que por la magia de la ciencia - por contradictorio que parezca, pero no se me ocurre una manera mejor de expresarlo - trascendió a la categoría de semidiós. En este juego no somos un científico que sufre un accidente, de hecho no sabemos quién somos ni tenemos constancia de nuestro pasado. Sólo sabemos que un extraño ser, un ente de un inmenso poder que está aún por encima de nosotros y que proviene de otro universo, nos brinda una fracción de ese poder para que seamos su heraldo.

Así que empezamos el juego ya en la piel de un ser humano azul y brillante. Nuestro poderoso benefactor simplemente nos cuenta, al principio, que la Tierra ha sido invadida por unos alienígenas que han descubierto un gran secreto prohibido. Nuestra misión será frenar este atropello interestelar y proteger nuestro querido planeta de tan viles extraterrestres.

La gracia del asunto es que, cual Doctor Manhattan, somos prácticamente invencibles, y los invasores deben de saberlo, pues ni siquiera intentan atacarnos mientras se empeñan en destruir las ciudades terrícolas. Lo que debemos hacer es impedirlo a toda costa, minimizando en la medida de lo posible los daños colaterales. Si no tenemos cuidado, es muy probable que nosotros mismos provoquemos más destrozos que los propios alienígenas.

Una vez establecida esta premisa, es verdaderamente difícil transmitir una idea fidedigna de cómo es este Megaton Rainfall sin caer en el riesgo de exagerar sus virtudes o, al contrario, quitarle el mérito que se merece. Para hacerlo lo mejor posible, vamos a distinguir entre las mecánicas jugables propiamente dichas y el entorno donde se desarrollan. Debo decir, no obstante, que el análisis entraña un cierto e inevitable spoiler no de la trama, sino de unas dinámicas que, si no sabes nada, la verdad es que sorprenden. Bien, dicho queda.

En lo puramente jugable tenemos un videojuego más que digno, aunque para variar algo breve. En unas cinco o seis horas puedes terminarlo, incluyendo algunos viajes al margen de las misiones principales de los que hablaremos más tarde. Eso sí, durante ese tiempo podemos destacar que el juego jamás se repite, y de hecho me ha sorprendido muy gratamente cómo sabe introducir, en cada misión, enemigos distintos y situaciones que siempre conseguirán dibujarnos una expresión de asombro. Incluso, en cada nuevo nivel nuestro personaje irá adquiriendo cada vez más poderes, enfatizando la percepción de que somos la pera limonera y fomentando esa sensación de novedad a medida que avanzamos, a la vez que vamos recibiendo más información de la trama. Una vez terminada la historia, podremos volver a jugar en modo difícil, o bien probar suerte en un desafío de puntos donde es posible elegir la misión.

Nuestro avatar puede desplazarse a velocidades supersónicas sobre el mundo, sobrevolando mares, montañas y ciudades. Al activarse cada misión, una flecha nos indica el punto al que debemos dirigirnos para empezar a repartir estopa a los extraterrestres. Para ello disponemos de distintos poderes, desde el típico disparo sencillo (capaz de volar un rascacielos...) hasta una descarga mortífera que, cual ka-me-ha-me-ha de Bola de Dragón, reventará la ciudad entera a menos que la disparemos hacia el aire. Tendremos además la capacidad de lanzar rayos caloríficos, crear campos anti-gravitatorios, usar telequinesis e incluso detener el tiempo. Y los objetivos de todos estos prodigios serán unos engendros mecánicos con mucha gracia, la verdad, pero sin caer en lo ridículo, que nos recuerdan a películas como La guerra de los mundos y otros clásicos de “platillos volantes”. A mí esa idea me ha enamorado.

En el modo de realidad virtual, el juego permite elegir varias opciones para el giro, incluyendo por suerte el tradicional de toda la vida, que se ha dado en llamar suave. Aunque esto es muy personal, yo al menos no me he mareado, aunque debo confesar que suelo marearme poco. La menor resolución con el casco se compensa como siempre con un nivel de inmersión impresionante, donde realmente nos sentiremos en la piel del protagonista. En ambas modalidades, realidad virtual y televisor convencional, el control se ejecuta por medio del Dualshock 4.

Bien, ahora que sabemos de qué va el juego, ¿cómo se desarrolla todo esto? ¿Hay unas fases o niveles? No amigos, lo que hay es la inmensidad del universo, pero con matices.

Como tal vez sepáis, los entornos en Megaton Rainfall se generan de forma procedural, es decir, que no están previamente definidos sino que lo hacen a medida que jugamos. Lo que no sabíamos es que el juego iba a ir mucho más allá de la Tierra, la Luna o el mismo Sistema Solar, permitiéndonos adentrarnos en las profundidades del espacio a partir de un cierto punto de la historia. Un espacio, eso sí, donde nuestro ente benefactor ya nos advierte que sólo existen dos razas inteligentes. Es una forma amable de decirnos, en definitiva, que todo el universo va a ser lo mismo repetido hasta el infinito: estrellas rodeadas de planetas con sus respectivos satélites, después las propias galaxias y, por fin, el vacío inmenso entre ellas.

Este entorno magnífico, aparte de dejarnos con la boca abierta, contribuye a dar mucho peso y fondo a una historia que se adivina metafísica, donde se plantean cuestiones como el sentido mismo de la vida, por qué existe el ser humano, por qué el espacio es tan gigantesco si sólo hay dos razas inteligentes, etc., etc. Con nuestros poderes, sin ser todavía capaces de desentrañar estos misterios, sí nos sentiremos al menos preparados para encararlos.

Al final del juego, aún podremos recorrer el cosmos en busca de unas xenosferas que contienen las respuestas que buscamos. Sin embargo debo confesar que la empresa me parece demencial, pues, a diferencia de nuestro avatar, nosotros no somos inmortales. Voy a poner un ejemplo: en un momento dado encontré un agujero de gusano, me metí y saltó un trofeo de PSN por haberme alejado mucho de la Tierra. “Bien, un trofeo”, pensé. Bueno, pues después intenté volver a la Vía Láctea (que se indica con un destello luminoso), y acabé reiniciando el juego porque, tras media hora volando en medio del universo, no había ni el menor atisbo de que me hubiera acercado siquiera una fracción. ¡Media hora atravesando galaxias, cada una llena de soles y planetas que puedes visitar! Ojo en este punto: para hacerlo debes apuntar muy bien a las estrellas, de lo contrario corres el riesgo de pasártelas de largo y pensar erróneamente que no hay nada más que ver.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Salvo esta experiencia de viajar de un punto a otro, y una más donde encontré un agujero negro que por cierto me mató - recordándonos que, al final, también somos mortales y haciendo saltar de paso otro trofeo -, lo demás consiste en ir recorriendo planetas, soles y galaxias hasta que te das cuenta de que, bueno, de que todo es prácticamente lo mismo. Sorprende al principio, y sobre todo alimenta el peso trascendental de la trama, pero al poco te percatas de que la mayoría de planetas se parecen demasiado los unos a los otros, no hay una auténtica variedad y es más bien un recurso que una realidad verdaderamente efectiva.

Por lo tanto, dejando de lado la curiosidad de viajar por el espacio exterior, al final volveremos nuestra atención sobre la Tierra, que es donde se suceden los acontecimientos y donde tienen lugar las distintas misiones, sumando un total de nueve y con un final que, a pesar de llegar antes de lo que quisiéramos, no va a dejar indiferente a nadie.

Gráficamente el juego es encomiable en cuanto al esfuerzo que hay detrás, y se nota además que si no ha dado más de sí es por las propias limitaciones de la PlayStation 4, al menos en parte. Por un lado tenemos detalles alucinantes y muy cuidados, sobre todo en lo que respecta a los formidables efectos de luz y al desplazamiento de nuestro personaje, que incluso entra en fricción con el aire cuando acelera demasiado. La sensación de vuelo y de velocidad está muy conseguida, y hay algunos otros aspectos que te dejan con la boca abierta, sobre todo desde la distancia.

Por contra, la recreación de los escenarios más de cerca da de sí lo que puede, teniendo en cuenta que nos movemos a velocidades supersónicas por encima de rascacielos, parques, casas, avenidas y, por supuesto, sus correspondientes vehículos y peatones. La primera sensación, cuando bajas más y más hasta posarte casi en el suelo, es de incredulidad al ver que están ahí, frente a ti, cuando apenas unos segundos antes los veías como a hormigas. Pero lo cierto es que están, lo cual es impresionante, si bien, tras la sorpresa inicial, te das cuenta de que los gráficos son extremadamente simples, como imagino no podría ser de otra forma con la potencia disponible.

Lo que ya se entiende bastante menos, la verdad, es que en los espacios sin edificios, sin personas y sin tantos elementos (muchos de los cuales además están en movimiento), los gráficos no mejoren en absoluto. En este sentido queda la duda de si los programadores han decidido darle a todo un aspecto homogéneo, o bien no han querido, sabido o podido mejorar la calidad visual. Volviendo a los viajes intergalácticos, resulta un poco decepcionante aterrizar sobre un planeta o incluso una estrella y ver unos gráficos que no hacen justicia a la imagen desde la distancia, desde las alturas. No quiero pecar de ignorante y por lo tanto no sé si la generación procedural implica esta clase de limitaciones, aunque en otro juego de este tipo, el polémico No Man's Sky, me consta que los gráficos son bastante mejores.

El sonido cumple con nota. Por el lado de la música, tenemos una especie de melodías psicodélicas ochenteras que acompañan la acción, elevando los momentos de tensión cuando nos dirigimos a una ciudad para enfrentar al alienígena a golpe de batería. Es un tipo de música bastante diferente a lo que viene siendo habitual, que le sienta bien al juego.

En el terreno de los efectos de sonido debo confesar que me declaro fan de Megaton Rainfall. No sé de dónde han sacado los gritos de terror de la gente en medio de la deflagración, bueno, miento: estoy convencido de que al menos algunos los han extraído de audios de montañas rusas, donde se oye sobre todo a chicas gritando. Me lo he pasado bomba, la verdad, cuando intentaba alcanzar a un enemigo, fallaba, y un edificio se desmoronaba con estos alaridos de fondo. La verdad es que es una locura. Si a eso sumas unos ruidos de los extraterrestres como en La guerra de los mundos, con una especie de bocinas estruendosas que recuerdan a un transatlántico, ya el delirio alcanza cotas insuperables a la par que entrañables.

Lo curioso es que esto no desentona, sino que nos recuerda que ante todo estamos jugando para divertirnos, a la vez que enfatiza nuestra sensación ser ser un ser superior a esos hombrecillos vulnerables que la palman a grito "pelao". Después, el resto de sonidos, desde la voz de nuestro creador (en inglés por cierto) hasta los del espacio, el vuelo y demás, son completamente serios y, al contrario, refuerzan el carácter trascendental que pretende transmitir el juego.

CONCLUSIÓN

He intentado analizar Megaton Rainfall lo mejor que he sabido. No es sencillo. Pero en definitiva puedo garantizar que experiencias de este tipo desde luego no abundan.

Uno se pregunta cómo habría sido este juego en manos de un estudio grande, con mucho dinero detrás, pero hay que dejar claro que el trabajo de Pentadimensional Games es más que bueno, y que siendo éste al fin y al cabo un juego indie, por momentos apunta formas de ser un grande, y consigue en definitiva lo que se propone: hacernos sentir como una especie de súper hombre invencible que, consciente de su propio poder, mira a las estrellas, hacia el infinito, en busca de respuestas.

No es, seamos justos, EL JUEGO que seguimos esperando para la realidad virtual, pero es de lo más decente entre el catálogo de PlayStation VR, y sigue siendo un título muy disfrutable también en una televisión.